sábado, 1 de abril de 2017

Fidel: Trascendiendo tiempos y espacios | Razones de Cuba

31 marzo 2017

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Por Dra. María Caridad Pacheco González*
Sentir y pensar a Fidel, como lo hacemos los martianos, desde el minúsculo espacio de unas breves líneas, es casi una tarea digna de poetas, quienes suelen tener muy desarrollado el don de la síntesis o como diría Martí de condensar.
La revolución como proceso histórico tiene en Fidel uno de sus más útiles soldados. Aprende de ella y de su largo curso todo cuanto los hombres y libros que le anteceden y acompañan le permiten, para entonces ir más lejos. Fidel contaba para llevar a cabo esta ingente tarea con el método político martiano, en el cual la historia (como arma) y el estudio de las fuerzas sociales y características específicas del país desempeñaban un papel fundamental para trazar los objetivos en la nueva etapa de la revolución, que en su gestación se declaraba deudora del genio intelectual y revolucionario del Héroe de Dos Ríos.
Fidel llega a identificarse en grado tal con el arte de subvertir la realidad, de trasformar los más disímiles espacios del mundo en favor del hombre y en contra de los poderes que lo enajenan, que su nombre deviene en símbolo universal de la lucha revolucionaria. Agraciado es al sobrevivir el poder de todas las fuerzas que enfrentó, insólito, muy  insólito hecho, entre los que, como él, han  optado, a la largo de la historia, por servir a la humanidad.
En la segunda mitad del siglo XX y principio del XXI, Fidel es carne y espíritu de todo cuanto resiste, propone, discrepa y se enfrenta a los grandes poderes oligárquicos; mantenerse vivo físicamente por noventa años, hecho sin duda excepcional, es suceso menor al compararse, con el mérito moral de lograr trascender inmaculado el mundo político que le tocó vivir y adelantar su bizarro índice sobre los tiempos futuros.
Se hace entonces urgente concebir al Comandante desde la mirada de quien pudo llegar íntegro, en ideal, hasta él. Siento que ello ayuda a comprender su mayúscula eticidad, su telúrico humanismo, su invulnerable sentido del deber, secretos de la descomunal ramificación tiempo-espacial de nuestro Caguairán.
¡Oh, es un gran labrador!-escribió Martí-Vivir en estos tiempos y ser puro, ser elocuente, bravo y bello, y no haber sido mordido, torturado y triturado por pasiones; llevar la mente a la madurez que ha menester, y guardar el corazón en verdor sano; triunfar del hambre, de la vanidad propia, de la malquerencia que engendra la valía y triunfar sin oscurecer la conciencia ni mercadear con el decoro”[1].
Contribuye la obra martiana a comprender los modos en que Fidel aprendiera a “combatir sin odio, fundar sin prisa; reconocer sin cobardía, conciliar sin debilidad, cautivar por el éxito, la prudencia y la buena fuerza que viene de la justicia de la mente, y no de la pesadumbre de las armas”[2],  todo lo cual facilita verle verosímilmente luminoso al frente de varias generaciones de revolucionarios cubanos que han contado con su perenne guía.
Podemos entonces presenciar, con cierto consuelo, como su cotidiana y necesaria compañía se transfigura, truécase en numen, en fuego sibilítico de la revolución, luego de haber alcanzado según el exordio martiano la más alta de la distinciones a la que se ha de aspirar siendo humano: la de ser un revolucionario útil, por comprender  que “las revoluciones son estériles cuando no se firman con la pluma en las escuelas y con el arado en los campos”[3].

¿Quién dijo que la libertad no había tenido caballeros?[4], se pregunta el Apóstol. Somos afortunados nosotros que luchamos junto al más longevo y gallardo de todos, aquel que siempre venciera por tener de su lado a la justicia (…) porque un solo hombre con ella es más fuerte que una muchedumbre sin ella. Aquel que comprendió tempranamente que para vencer en la realidad a nuestros enemigos, debemos haberlos vencido moralmente. Cada épica victoria desde el Moncada hasta el regreso de sus cinco fieles soldados, o el diálogo, en igualdad de condiciones, con el gobierno de los Estados Unidos, así lo demuestra.
Hombre de voluntad firme y de un optimismo trascendente, como lo fue su mentor José Martí, Fidel nunca se dejó vencer por los enormes escollos y desafíos que debió enfrentar a través de su existencia, y quizás por esa misma causa marchó hacia la cima en el epílogo de su vida victoriosa, seguro de que el legado de sus ideas llegarían a ser bandera del pueblo por el cual había entregado lo mejor de sus esperanzas y sueños. “Quien vive para todos─ dijo Martí─, continúa viviendo en todos[5]. Para Fidel, empieza ahora la vida inmortal de los imprescindibles.

* Investigadora Titular del equipo de Historia del Centro de Estudios Martianos y Profesora Titular de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.
[1]MARTÍ, José. La Opinión Nacional, Caracas, 22 de marzo de 1882. OC, versión digital. La Habana: CEM, 2002. t.9, p. 272.
[2] MARTÍ, José. Obras Completas, versión digital. La Habana: CEM, 2002. t.14, p. 197.
[3]MARTÍ, José. Reflexiones, mayo de 1878, Obras Completas, versión digital. La Habana: CEM, 2002. t.7, p. 163.
[4]MARTÍ, José. La Opinión Nacional, Caracas, Obras Completas, versión digital. La Habana: CEM, 2002. t.14, p. 484.
[5] José Martí. “Garfield”; La Opinión Nacional, Caracas, 4 de marzo de de 1882. En: Obras Completas, Ob Cit, Tomo13, p. 202.


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